DP

jueves, 15 de octubre de 2009

Ellos son mejores amigos desde hace veinte años, y conmigo nunca habían hablado de sexo. Por eso no sé cómo o porqué se les ocurrió proponerme a mí el trato. Todos emitimos señales que ni nosotros mismos somos capaces de percibir. Me pidieron que hiciera un trío con ellos. Mi primera reacción fue de risa, porque me enterneció que dos hombres que se quieren desde hace tanto tiempo necesiten de una mujer en medio para liberar la tensión sexual que han estado acumulando desde la pubertad. Me sentí una especie de condón anti homosexualidad. Si uno está abajo y el otro arriba, nadie puede acusar su hombría porque entre ellos estoy yo. Por otro lado, los dos me gustan mucho, y los trios me encantan. Acepté y quedamos en casa de Uno, en la Colonia Narvarte. Me trataron como reina y no se atrevían a proponer el inició. Cuando la cosa amenazó con cancelarse por aburrimiento cortés, me decidí. Me desnude, me acosté sobre la mesa del comedor y pregunté:
-¿Quien empieza?
Uno y Dos empezaron juntos. Empezó Uno por la boca y Dos por abajo. Luego, Uno quizo bajar a chuparme la concha y Dos se quitó para no estorbar. Me manosearon todo lo que quisieron, y cada vez que sus pieles coincidían, alguno de los dos se retiraba pronto. Su indecisión me calentaba más. Finalmente, me lo pidieron.
-¿Estás de humor como para una DP?
Fingí.
-¿Qué es eso?
Dos controló su ataque de pudor y me explicó en los términos más didácticos que se encontró:
-Yo te penetro por adelante, y él por atrás.
Me moría de ganas. Sudaba y escurría de todos lados. Sólo pregunté si tenían condones. Una dotación para un año. Primero Dos se acostó bocarriba. Le puse el preservativo con la boca y lo monté. Abrí las piernas lo más que pude, y aproveché la cercanía para que su lengua se metiera en mi garganta. Ahora sentí los dedos de Uno con lubricánte cerca de mi culo. Todavía no lo tocaba y yo ya no podía más. Una verga grande adentro y la promesa de un dedo cerca del ano es más de lo que cualquiera tendría que aguantar. Después lo lubricó y percibí por sus movimientos cómo se masturbaba.
Poco a poco empezó a entrar. Los miembros se tocaban y mi interior era una pared que los separaba. Estuve gritando mucho, eso los excitaba más, y más me empujaban con la pelvis. Me vine tres veces en esa posición. Así que para cuando ellos terminaron, yo ya estaba muy cansada como para pedirles mi última maldad. Quería que los dos me mamaran el coño al mismo tiempo. Pero eso tendrá que esperar hasta otra ocasión. (Imagen: Ilustración del Kamasutra)

La puta de la puta

martes, 15 de septiembre de 2009


Estaba sola y estaba caliente. Pensé en la película de La pianista, y entonces no me pareció mala idea. La mujer de la sexshop me miró con cara extraña cuando le pedí que me vendiera un boleto. No ha de ser común que vengan mujeres solas. No había nadie más, así que nadie me más me notó entrar en silencio en la cabina que tocaba. En ese sitio no hay puertas en las cabinas, nunca había estado en uno así, pero la lógica me decía que por cada kit de tele, silla y papel higiénico, debería haber cuando menos una puerta. No la había, en cambio, el recinto se mantenía privado por un laberinto de mamparas que evitaban que se viera hacia dentro y hacia afuera. Me senté y me quité las pantaletas para tocarme. El lugar entero daba asco, eso me prendía más. Me fui relajando y acercando sola al orgasmo, cuando sin mayor aviso apareció por camino de entrada una mujer. Su vestido no dejaba mucho a la imaginación, pero al verme se sorprendió y me pidió disculpas. "No sabía que había una niña aquí". "Está bien" le dije "quédate por favor". Le pregunté cuánto cobraba, y me dio la tarifa pero me dejó claro que no había posibilidad de contratarla. Me sentí humillada. Una puta me rechazaba, y la humillación me mojó todavía más.
"Quédate"
"No, no chupo pepa"
"Yo sí"
Me levanté entonces y la senté en mi lugar. No puso la menor resistencia, saqué de mi bolsa cuatrocientos pesos, el doble de su tarifa por una mamada. Los tomó y a abrió las piernas. Me puse en cuclillas frente a ella. De espaldas a la televisión, y con el coño muy cerca del piso. Hice a un lado su tanga, y pude percibir el aroma a semen que emanaba su sexo. La lamí con una lenguetada larga y profunda. Ella tembló y comenzó a sollozar. Con una mano le acariciaba los senos y con la otra me masturbaba. Me cogió de la cabeza y me empujó hacia ella. Me llamaba "puta" y yo me reía con los labios alrededor de su vulva. Me vine una vez antes que ella, luego la sentí contraerse y dejar escapar un orgasmito tímido. Me volví a venir.
Salí tan rápido de ahí que no tuve tiempo de buscar mis calzones otra vez.
(Imagen: Mike Freeman)

jueves, 20 de agosto de 2009


Todo indicaba que no era una sana idea, pero lo hice. No se por qué, pero tengo una particular inclinación por hacer lo que no debo, lo que no es seguro hacer. Estaba sola, y algo más fuerte que yo me convenció llamó desde mi interior, para que me fuera a meter a uno de esos clubes clandestinos y lumpen para bisexuales. Supuestamente, el lugar tendría que tener gente de todos los sexos, pero la lógica ya me anunciaba, mucho antes de que yo llegara, que yo sería la única mujer ahí. Lo que más me atraía era saber eso, saber también que corría peligro. Exploré el sitio, sus rincones ocultos y los lugares donde hombres se tocaban, besaban y follaban sin percatarse gran cosa de lo que sucedía a su alrededor. Un tipo grande y gordo, en el que nunca me hubiera fijado en otras circunstancias, me descubrió en la penumbra. Hizo a un lado al chico que le practicaba sexo oral y caminó hacia mí, sin pantalones y con el miembro descubierto. Me quedé paralizada. No es que no hubiera visto un pene antes, es sólo que este en particular era horrendo. Cuando llegó conmigo, un curiosidad casi infantil me hizo tocárselo y él, aprovechó el encuentro para bajarme a la fuerza hasta que estuve a distancia de chupárselo. Lo hice, sabía a semen seco, y me dío un poco de asco. De cualquier manera, no había salida. Seguí chupando y él me empujaba para que su glande me tocara la garganta. Me pareció que el ruido de mis arcadas lo exitaba. Nadie me había tratado con tanta violencia. Dejé de pronto de pensar, solo sentía. El poder de sus manos llevándome de un lado a otro me provocaba una especie de mareo. La exitación provenía del estómago; no había nada racional en el asunto, mucho menos nada sentimental. Me manoseaba sin ningún cuidado, y yo me sentía liberada de la carga moral de satisfacerlo. Podía sólo dejarme llevar; lo emocionante radicaba ahí, en que no había nada de bueno, y sin embargo, estaba completamente mojada. Seguramente lo advirtió mientras me lamía el cuello y metía una mano por abajo de mi falda. Yo no podía dejar de tocarle las pelotas y de desear que ese miembro horrendo me calmara las mareas del coño. No sucedió, me volteó contra la pared y sin que yo hiciera nada para evitarlo, me penetró por el ano. Grité. Recuerdo haberme escuchado un grito agudo, punzocortante. Mientras me cogía, metía sus dedos, y algunas veces la mano entera a mi boca. No sé cómo, pero en medio del dolor, encontraba gratificación en chupár, en mamar como si estuviera mamando al hombre de mi vida. Sentí su descarga dentro, y luego lo sentí salirse de golpe. Unas gotas escurrieron en mis nalgas. Me lamió la oreja una vez más. Mi boca buscó la suya, pero ya no la encontró. El tipo gordo se acomodaba la ropa y se marchaba. Me quedé tan caliente... (Imagen: Henry Fuseli)

Lo mejor de dos mundos

jueves, 6 de agosto de 2009


Me volví a enfrascar, sin quererlo ni poderlo evitar, en la añeja discusión en la que algún macho alfa asegura que a las mujeres bisexuales nos debe encantar tener sexo con travestis. - Es lo mejor de dos mundos- dice, y cree que suena inteligente. Como si no lo hubiera escuchado antes. No sé que sarta de tonterías habré contestado, pero me consuela saber que mi interlocutor, no tenía ni idea de lo que hablaba. Lo mejor de dos mundos, para mí, no es la duplicidad de gónadas sino de esencias. Lamer el semen que queda en los labios de un coño aún excitado. Ahí está el espíritu del mundo, contenido en los olores, en los sabores, en la textura lúbrica de lo inalcanzable. No sé lo que será lo mejor de dos mundos para nadie más. Sé lo que es para mí, cuando me escapo de la vida cotidiana sin que nadie lo vea y me meto en la cama y en la historia de ellos dos, de ellos dos que significan a todos los que cojiendo se han encontrado y han se han hallado a si mismos en casa. Por eso me gusta sentir su miembro en mis nalgas, y la boca de ella en mis senos, por eso me gusta hacerla venir con la boca mientras él marca dentro, dentro de ella, su territorio. (Imagen: Édouard-Henri Avril)


La noche y la piel

martes, 21 de julio de 2009

Me desnudé por jugar, pero el juego fue un poco más lejos. Salí del auto y caminé un par de cuadras. Hacía frío. Estaba oscuro. Se trataba de caminar por la calle, completamente desnuda y sin que nadie me viera. Dentro de las casas, los hombres cambiaban canales buscando encontrar bikinis, las mujeres regañaban a sus hijas por salir e noche con faldas demasiado cortas, y nadie sabía que afuera el aire frío pasaba por enmedio de mis piernas. A un par de cuadras de mi espalda, el auto me cuidaba y me iluminaba. Caminar desnuda tiene que ver con estar segura de que nada malo puede pasar, y así se sentía. Caminar, tres pasos más y mirar suspicasmente a las ventanas para saber si la gente mira y o no. Si lo hace, me siento invadida, si no lo hace, olvidada. Cuando llego a otra esquina tres chavos con caguamas en las manos no pueden creer lo que está frente a ellos. El auto me alcanza, me subo y entonces podemos ir a buscar un Motel. (Imágen: William Bouguereau)

El jardin

domingo, 12 de julio de 2009


Tendida y desnuda en un mundo en el que las leyes de la ciudad parecen no existir. ¡Qué deleite el de lo natural! Me gusta la desnudez, me gusta que el sol se plante sobre mi piel, y que mis pezones se dejen calentar por algo que no los toca. A mi derecha una pareja, ambos un poco más jóvenes que yo se desperezan despues de una corta siesta. Hay pequeñas gotas de sudor sobre el pubis de ella, y él, lo mismo que yo, se hipnotiza por su brillo. No hay razón para no vivir en estos lugares, jardines donde todo lo que no es escencial desaparece y sólo queda el milagro de la piel expuesta, de hombres y mujeres dejándose dar placer y dándolo. Ellos se tocan y se besan, se acarician los sexos cada vez más ávidos. Hacen el amor ahí, y nadie más que yo les presta atención. Luego se quedan dormidos otra vez, y yo me tengo que meter a la alberca, no quize frivolizar lo que hacían tratando de participar con ellos. (Imagen: Max Liebermann)

Eros desde el pasado

miércoles, 24 de junio de 2009

Ayer me encontré con un viejo novio, y como ninguno de los dos tenía nada mejor que hacer, terminamos revolcándonos juvenilmente en un hotel de paso. Me sorprendió que su cuerpo estaba más bello de lo que yo lo recordaba, pero lo más grato fue la comodidad. Nos desnudamos como sin nada, como si no hubieran pasado cinco años desde la última vez que habíamos hecho el amor. Así, sin que hubiera sorpresa alguna, lo alcancé en la cama donde me esperaba von el sexo es posición de saludar. Era como regresar al barrio donde te criaste. Por supuesto, él ahora tenía una maestría y seguramente un largo catálogo de amantes de las que no valía la pena que habláramos. Pero sus dedos estaban ahí, donde habían estado siempre. Besarlo sabía a leer un mapa con los ojos cerrados, su lengua, a domicilio conocido. Gritamos y nos venimos toda la tarde. Luego me quedé dormida y cuando quise abrir los ojos, trató de platicarme algo. No lo dejé. Lo hice que se terminara una vez más en mi boca, por los viejos tiempos, y me despedí. Espero no volverlo a ver hasta dentro de cinco años. (Imágen: Otto Mueller)

En defensa del órgano

viernes, 19 de junio de 2009

Leí hace poco una novela en la que el protagonista tenía un éxito brutal con las mujeres porque estaba tullido. Eso despertaba instintos de protección que lo hacían irresistible. Me pasa algo similar con el pene. Y es que ¡pobre, es tan feo! que no termino de comprender por qué me atrae tanto. He pasado horas tirada en la cama mirando un miembro dormido y otras tantas estudiándolo cuando está erecto, y no hay manera en la que, a esa apéndice desproporcionada, pueda yo encontrarle la menor armonía. Sin embargo, me siento tan atraída por él, que son raras las ocasiones en las que rechazo a alguno. Generalmente, además, no tiene que ver con su contrahechura, sino con alguna característica de su portador, que me resulte aún más intolerable. ¿Tendrá que ver con lo sincera que es su forma de desear? Cuando un pene desea, desea y punto. Encuentra el cauce por el que quiere correr, y no hay otra cosa que lo distraiga. Por eso, cuando miro a un hombre a los ojos, sé que siempre existe la posibilidad de que me mienta, pero si un falo se recarga contra mis medias, yo sé que sólo hay una verdad: el pene me desea. (Imágen: Tamara's Fine Art Photography)

El fuego

miércoles, 10 de junio de 2009

pintura del siglo XIX de mujeres desnudas en un harem
Malo para mí es vivir en este país, tomando en cuenta lo mucho que me prenden las pelirrojas. No puedo decir lo mismo de los hombres. El cabello en llamas, no sé porqué es un adorno tan femenino como los collares y los anillos.  Tiene que hacer juego con varias cosas, con pezones sin delinear sobre tersos senos pecosos, con espaldas blancas de trazo difuso, con un pubis discreto.  Su encanto consiste en ser el único protagonista de lo cromático, el resto: la piel y las caderas, por ejemplo apelarán a la textura. Una mujer pelirroja es, por naturaleza, una foto en clave alta, y todo lo blanco, un cofre del tesoro abierto a las puntas de los dedos de quien toca.
La última vez que besé a una fue triste como subirse en un carrusel a los tres años (después hay que bajarse). La encontré acompañada y protegiéndose del sol. Una mata de cabello así, regada sobre la arena no puede pasar de incógnita. Su pareja, en cambio, sí.  De él no recuerdo nada más que la cara de imbécil que puso cuando escuché lo que le dije en secreto.  Ella, mientras tanto, me miraba  tan curiosa como divertida. Seguro pensó que trataba de coquetear con su hombre. Seguro él también lo pensó. ¿Por qué los hombres creen que cuando las mujeres nos gustamos es para excitarlos a ellos? Me dijo que sí, con una tranquilidad capaz de sorprenderme incluso a mí. A ella no le pregunté nada, solo le puse los labios sobre la boca y dejé que su lengua iniciara su misión de reconocimiento dentro de mí. Me sudaron las manos como si fuera adolescente, y el acto de morderla llevó a mi imaginación detalles minuciosos de su anatomía secreta. 
Estuve ardiendo durante un par de minutos, y luego la dejé ir. Continuar la fiesta sería por fuerza invitarlo a él, aunque sea a mirar activamente. Eso ya es participar, y a esa clase de mujeres, lo siento, las necesito en exclusiva. (Imagen: Gérôme Jean-Léon)

Mientras los otros duermen

domingo, 7 de junio de 2009


Una de mis amigas confesó, en medio del juego, que fantaseaba con un trío con dos hombres. Sonreí discretamente y no dije nada. Otra, entonces, sin esperar a que nadie le preguntara, dijo que se le antojaba con un hombre y una mujer; así podía tener de todo. Volví a sonreír sin decir nada y Jimena, pudo convertirse en el centro de atención de todos los hombres por el resto de la noche. "¡Eso de las dobles vidas!" pensé y luego, mientras en silencio observaba cómo mis amigos sueñan con quien sueñe y pasan de largo a quien en lugar de soñar, hace, decidí que lo más erótico no era tener una orgía con dos hombres, con dos mujeres, con dos parejas, o con todas las posibles combinaciones. Me excita más que nada, saber, lo que los demás no saben. A sus casi treinta años, mis amigos, hacen reuniones para jugar a la botella y decirse los secretos que se mueren de ganas de presumir pero que no se atreven a hacerlo a la luz de una taza de café. Dejaron de preguntarme a mí, hace mucho tiempo. Se rindieron ante mi silencio y suponen que no hay nada interesante en mi historia privada, así que disimulan con cualquier pretexto para evitar respuestas como: "Sólo he hecho el amor con un hombre en mi vida"o "No creo que tenga ningún sentido ir a un hotel de paso, si tengo una casa donde pasar la noche". Terminó la noche para casi todos, y casi todos se fueron a sus casas a fantasear los unos con las otras y viceversa. Antes de ir a dormir, decidí que era buena idea ir a meterme a uno de los cuartos oscuros clandestinos que hay en la ciudad. Ahí tuve varios hombres, y varias mujeres, y después pude dormir plácidamente. (Imagen: Achille Devéria)

Esa humedad

viernes, 5 de junio de 2009


Me molesta que la gente la desperdicie en hablar, cuando la saliva, bien podría repartirse en dulces olas sobre mi piel, o mezclarse en un coctel erótico dentro de mi boca.
La saliva es asexuada y es soberbia, por eso me seduce. Se coloca en sutiles pinceladas sobre el cuello, y al hacerlo me hace querer que esté en mis nalgas. La imagino ubicua, transparente y entrometida.
Entrometida e impúdica en mi sexo abierto.
(Imagen: Peter Fendi)
 
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