En defensa del órgano

viernes, 19 de junio de 2009

Leí hace poco una novela en la que el protagonista tenía un éxito brutal con las mujeres porque estaba tullido. Eso despertaba instintos de protección que lo hacían irresistible. Me pasa algo similar con el pene. Y es que ¡pobre, es tan feo! que no termino de comprender por qué me atrae tanto. He pasado horas tirada en la cama mirando un miembro dormido y otras tantas estudiándolo cuando está erecto, y no hay manera en la que, a esa apéndice desproporcionada, pueda yo encontrarle la menor armonía. Sin embargo, me siento tan atraída por él, que son raras las ocasiones en las que rechazo a alguno. Generalmente, además, no tiene que ver con su contrahechura, sino con alguna característica de su portador, que me resulte aún más intolerable. ¿Tendrá que ver con lo sincera que es su forma de desear? Cuando un pene desea, desea y punto. Encuentra el cauce por el que quiere correr, y no hay otra cosa que lo distraiga. Por eso, cuando miro a un hombre a los ojos, sé que siempre existe la posibilidad de que me mienta, pero si un falo se recarga contra mis medias, yo sé que sólo hay una verdad: el pene me desea. (Imágen: Tamara's Fine Art Photography)

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