La puta de la puta

martes, 15 de septiembre de 2009


Estaba sola y estaba caliente. Pensé en la película de La pianista, y entonces no me pareció mala idea. La mujer de la sexshop me miró con cara extraña cuando le pedí que me vendiera un boleto. No ha de ser común que vengan mujeres solas. No había nadie más, así que nadie me más me notó entrar en silencio en la cabina que tocaba. En ese sitio no hay puertas en las cabinas, nunca había estado en uno así, pero la lógica me decía que por cada kit de tele, silla y papel higiénico, debería haber cuando menos una puerta. No la había, en cambio, el recinto se mantenía privado por un laberinto de mamparas que evitaban que se viera hacia dentro y hacia afuera. Me senté y me quité las pantaletas para tocarme. El lugar entero daba asco, eso me prendía más. Me fui relajando y acercando sola al orgasmo, cuando sin mayor aviso apareció por camino de entrada una mujer. Su vestido no dejaba mucho a la imaginación, pero al verme se sorprendió y me pidió disculpas. "No sabía que había una niña aquí". "Está bien" le dije "quédate por favor". Le pregunté cuánto cobraba, y me dio la tarifa pero me dejó claro que no había posibilidad de contratarla. Me sentí humillada. Una puta me rechazaba, y la humillación me mojó todavía más.
"Quédate"
"No, no chupo pepa"
"Yo sí"
Me levanté entonces y la senté en mi lugar. No puso la menor resistencia, saqué de mi bolsa cuatrocientos pesos, el doble de su tarifa por una mamada. Los tomó y a abrió las piernas. Me puse en cuclillas frente a ella. De espaldas a la televisión, y con el coño muy cerca del piso. Hice a un lado su tanga, y pude percibir el aroma a semen que emanaba su sexo. La lamí con una lenguetada larga y profunda. Ella tembló y comenzó a sollozar. Con una mano le acariciaba los senos y con la otra me masturbaba. Me cogió de la cabeza y me empujó hacia ella. Me llamaba "puta" y yo me reía con los labios alrededor de su vulva. Me vine una vez antes que ella, luego la sentí contraerse y dejar escapar un orgasmito tímido. Me volví a venir.
Salí tan rápido de ahí que no tuve tiempo de buscar mis calzones otra vez.
(Imagen: Mike Freeman)

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