Eros desde el pasado

miércoles, 24 de junio de 2009

Ayer me encontré con un viejo novio, y como ninguno de los dos tenía nada mejor que hacer, terminamos revolcándonos juvenilmente en un hotel de paso. Me sorprendió que su cuerpo estaba más bello de lo que yo lo recordaba, pero lo más grato fue la comodidad. Nos desnudamos como sin nada, como si no hubieran pasado cinco años desde la última vez que habíamos hecho el amor. Así, sin que hubiera sorpresa alguna, lo alcancé en la cama donde me esperaba von el sexo es posición de saludar. Era como regresar al barrio donde te criaste. Por supuesto, él ahora tenía una maestría y seguramente un largo catálogo de amantes de las que no valía la pena que habláramos. Pero sus dedos estaban ahí, donde habían estado siempre. Besarlo sabía a leer un mapa con los ojos cerrados, su lengua, a domicilio conocido. Gritamos y nos venimos toda la tarde. Luego me quedé dormida y cuando quise abrir los ojos, trató de platicarme algo. No lo dejé. Lo hice que se terminara una vez más en mi boca, por los viejos tiempos, y me despedí. Espero no volverlo a ver hasta dentro de cinco años. (Imágen: Otto Mueller)

En defensa del órgano

viernes, 19 de junio de 2009

Leí hace poco una novela en la que el protagonista tenía un éxito brutal con las mujeres porque estaba tullido. Eso despertaba instintos de protección que lo hacían irresistible. Me pasa algo similar con el pene. Y es que ¡pobre, es tan feo! que no termino de comprender por qué me atrae tanto. He pasado horas tirada en la cama mirando un miembro dormido y otras tantas estudiándolo cuando está erecto, y no hay manera en la que, a esa apéndice desproporcionada, pueda yo encontrarle la menor armonía. Sin embargo, me siento tan atraída por él, que son raras las ocasiones en las que rechazo a alguno. Generalmente, además, no tiene que ver con su contrahechura, sino con alguna característica de su portador, que me resulte aún más intolerable. ¿Tendrá que ver con lo sincera que es su forma de desear? Cuando un pene desea, desea y punto. Encuentra el cauce por el que quiere correr, y no hay otra cosa que lo distraiga. Por eso, cuando miro a un hombre a los ojos, sé que siempre existe la posibilidad de que me mienta, pero si un falo se recarga contra mis medias, yo sé que sólo hay una verdad: el pene me desea. (Imágen: Tamara's Fine Art Photography)

El fuego

miércoles, 10 de junio de 2009

pintura del siglo XIX de mujeres desnudas en un harem
Malo para mí es vivir en este país, tomando en cuenta lo mucho que me prenden las pelirrojas. No puedo decir lo mismo de los hombres. El cabello en llamas, no sé porqué es un adorno tan femenino como los collares y los anillos.  Tiene que hacer juego con varias cosas, con pezones sin delinear sobre tersos senos pecosos, con espaldas blancas de trazo difuso, con un pubis discreto.  Su encanto consiste en ser el único protagonista de lo cromático, el resto: la piel y las caderas, por ejemplo apelarán a la textura. Una mujer pelirroja es, por naturaleza, una foto en clave alta, y todo lo blanco, un cofre del tesoro abierto a las puntas de los dedos de quien toca.
La última vez que besé a una fue triste como subirse en un carrusel a los tres años (después hay que bajarse). La encontré acompañada y protegiéndose del sol. Una mata de cabello así, regada sobre la arena no puede pasar de incógnita. Su pareja, en cambio, sí.  De él no recuerdo nada más que la cara de imbécil que puso cuando escuché lo que le dije en secreto.  Ella, mientras tanto, me miraba  tan curiosa como divertida. Seguro pensó que trataba de coquetear con su hombre. Seguro él también lo pensó. ¿Por qué los hombres creen que cuando las mujeres nos gustamos es para excitarlos a ellos? Me dijo que sí, con una tranquilidad capaz de sorprenderme incluso a mí. A ella no le pregunté nada, solo le puse los labios sobre la boca y dejé que su lengua iniciara su misión de reconocimiento dentro de mí. Me sudaron las manos como si fuera adolescente, y el acto de morderla llevó a mi imaginación detalles minuciosos de su anatomía secreta. 
Estuve ardiendo durante un par de minutos, y luego la dejé ir. Continuar la fiesta sería por fuerza invitarlo a él, aunque sea a mirar activamente. Eso ya es participar, y a esa clase de mujeres, lo siento, las necesito en exclusiva. (Imagen: Gérôme Jean-Léon)

Mientras los otros duermen

domingo, 7 de junio de 2009


Una de mis amigas confesó, en medio del juego, que fantaseaba con un trío con dos hombres. Sonreí discretamente y no dije nada. Otra, entonces, sin esperar a que nadie le preguntara, dijo que se le antojaba con un hombre y una mujer; así podía tener de todo. Volví a sonreír sin decir nada y Jimena, pudo convertirse en el centro de atención de todos los hombres por el resto de la noche. "¡Eso de las dobles vidas!" pensé y luego, mientras en silencio observaba cómo mis amigos sueñan con quien sueñe y pasan de largo a quien en lugar de soñar, hace, decidí que lo más erótico no era tener una orgía con dos hombres, con dos mujeres, con dos parejas, o con todas las posibles combinaciones. Me excita más que nada, saber, lo que los demás no saben. A sus casi treinta años, mis amigos, hacen reuniones para jugar a la botella y decirse los secretos que se mueren de ganas de presumir pero que no se atreven a hacerlo a la luz de una taza de café. Dejaron de preguntarme a mí, hace mucho tiempo. Se rindieron ante mi silencio y suponen que no hay nada interesante en mi historia privada, así que disimulan con cualquier pretexto para evitar respuestas como: "Sólo he hecho el amor con un hombre en mi vida"o "No creo que tenga ningún sentido ir a un hotel de paso, si tengo una casa donde pasar la noche". Terminó la noche para casi todos, y casi todos se fueron a sus casas a fantasear los unos con las otras y viceversa. Antes de ir a dormir, decidí que era buena idea ir a meterme a uno de los cuartos oscuros clandestinos que hay en la ciudad. Ahí tuve varios hombres, y varias mujeres, y después pude dormir plácidamente. (Imagen: Achille Devéria)

Esa humedad

viernes, 5 de junio de 2009


Me molesta que la gente la desperdicie en hablar, cuando la saliva, bien podría repartirse en dulces olas sobre mi piel, o mezclarse en un coctel erótico dentro de mi boca.
La saliva es asexuada y es soberbia, por eso me seduce. Se coloca en sutiles pinceladas sobre el cuello, y al hacerlo me hace querer que esté en mis nalgas. La imagino ubicua, transparente y entrometida.
Entrometida e impúdica en mi sexo abierto.
(Imagen: Peter Fendi)
 
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