
Me desnudé por jugar, pero el juego fue un poco más lejos. Salí del auto y caminé un par de cuadras. Hacía frío. Estaba oscuro. Se trataba de caminar por la calle, completamente desnuda y sin que nadie me viera. Dentro de las casas, los hombres cambiaban canales buscando encontrar bikinis, las mujeres regañaban a sus hijas por salir e noche con faldas demasiado cortas, y nadie sabía que afuera el aire frío pasaba por enmedio de mis piernas. A un par de cuadras de mi espalda, el auto me cuidaba y me iluminaba. Caminar desnuda tiene que ver con estar segura de que nada malo puede pasar, y así se sentía. Caminar, tres pasos más y mirar suspicasmente a las ventanas para saber si la gente mira y o no. Si lo hace, me siento invadida, si no lo hace, olvidada. Cuando llego a otra esquina tres chavos con caguamas en las manos no pueden creer lo que está frente a ellos. El auto me alcanza, me subo y entonces podemos ir a buscar un Motel. (Imágen: William Bouguereau)